Finalmente en esta tercera semana de Abril entró la primavera a Québec. Ya era bueno, prácticamente el invierno había comenzado en Noviembre. Con el cambio, los quebequenses modifican sus hábitos: cambian la pala de la nieve, por el rastrillo de la jardinería. Eso es lo que se ve por las mañanas en los frentes de las casas de Sherbrooke. Esta sociedad no se le raja al trabajo, forma parte de su identidad.
Mientras los anglos del otro Canadá desconfían de su cierto “toque” latino que los pone a suspirar por la salsa, el Caribe y la comida picante, muchos latinos que reconocen los quebequenses como liberales, industriosos y solidarios, permanecen con el prejuicio de que son “cuadriculados” y parecidos al estereotipo gringo.
La gran diferencia que uno puede encontrar entre este norte y nuestro sur, tal vez esta ligada a la ética del trabajo y a su valoración. Aquí la posibilidad de esperar que otro haga por uno las cosas que uno debe hacer, no cabe. Esta no es tierra para atenidos. Aquí no hay siervos, ni esclavos modernos que por ciento cincuenta dólares al mes -el salario mínimo de dos días-, te hagan los oficios domésticos.
La sociedad está organizada de manera tal que cada uno -recordemos que es una sociedad liberal-, debe resolver los problemas por si mismo. Los niños desde bien temprano aprenden esta lección y van solos a la escuela, aun cuando obviamente existen voluntarios como los Brigadieres Escolarse (personas mayores), que ayudan al estado en la tarea. Igualmente, por ejemplo, aprenden a abrigarse en forma debida, comer verduras insustituibles en el frío y conocen bien como es la naturaleza de su hábitat.
La nieve, excusa fácil para romper el hielo en conversaciones cotidianas, forma parte no solo del paisaje, sino que forja el carácter. El invierno es temporada de juegos: jockey, esquí, raqueta, patinaje, etc. A los niños les fascina –no cabe la posibilidad de queja por las nevadas-. El servicio de información meteorológico ayuda, las tormentas son predecibles. La nieve hay que limpiarla y punto. La municipalidad hace una parte y la otra es un problema doméstico, que toca resolver con agrado: paleando, como en un divertimento.
La sociedad aprendió que las condiciones adversas -por ejemplo, vivir bajo días de invierno de hasta menos cuarenta grados-, sólo se superan trabajando duro. Si no lo hubieron hecho así no tendrían este país maravilloso. Aquí no caben discursos contra el determinismo. Hoy creo que la natura en algo contribuyó a dotar a la sociedad de una lógica de que nada es gratuito, que todo cuesta.
El desempleo en su mayoría es voluntario y existe una especie de pobreza voluntaria, en la que vive una minoría que confunde los programas temporales de ayuda, con una forma de vida. Eso si, sus condiciones son ocho veces mejor que los estándares de medición de la pobreza que maneja la economía. En esta nación, reconocida como tal por la constitución canadiense, el trabajo es el gran motor de la prosperidad.
Pero cuando el termómetro remonta el cero y los días como hoy 17 de abril, llega hasta veintiún grados soleado, la gente literalmente comienza a despojarse de la ropa en agradecimiento a una natura que asimismo les enseña el goce. Entonces el calor y “la fría” (la bière), paradójicamente, también entran a formar parte de la identidad de la gente del país de las noches blancas.

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