mardi 6 mai 2008

CHOQUE CULTURAL Y GHETTO


Indudablemente emigrar es morir un poco. Casi nunca la migración es voluntaria, en muchos casos la decisión está acompañada de razones inconfesables, por lo que el asunto no se nombra. Pero aún en la migración voluntaria, se me ocurre, que también hay un poco de razones secretas que jamás se conocerán a menos que uno lo quiera.

Migrar es someterse por lo menos a dos grandes quiebres, el primero, la salida del país dejando allá buena parte de lo que hemos sido: status, empleo, familias, amigos, rutinas, etc., es una especie de ruptura con el pasado, con una etapa de la vida, para someternos inmediatamente a lo desconocido, una ruptura de desfloración cultural, en un nuevo contexto.

El denominado choque cultural explica bien esta situación cuando describe esa ansiedad o sensación de sorpresa, desorientación, confusión, a las que se ven sometidas los recién llegados durante el proceso de integración a una nueva cultura.

El choque produce malestares en el inmigrante, que se caracterizan por cambios en el estado de ánimo que van desde la tristeza o soledad, hasta la somatización de la melancolía en dolores musculares, alergias o insomnio, pasando por modificaciones del humor, depresión, vulnerabilidad, inseguridad o pérdida de la autoestima.

La teoría del choque cultural considera por lo menos cuatro fases en el estado de ánimo del inmigrante durante el proceso de adaptación: La luna de miel (recién se desembarca), que es un corto periodo donde las diferencias entre la nueva y vieja cultura son vistas con color de rosa. A esta etapa le sigue la crisis, el desencanto cuando se evidencia que no es tan fácil, ni rápido encajar en el nuevo contexto. Finalmente se entra en una fase de toma de conciencia de la nueva realidad. Esta etapa a su vez puede llevar a la persona a tres posibilidades. A ser más “papista que el papa”. A integrarse a la nueva sociedad, lo que sería ideal. A renunciar -de diversas formas-, a vivir en el nuevo país.

En este último caso existe el peligro de marchar al ghetto. Horrible lugar que describe el auto-confinamiento idiomático, cultural y físico, por ejemplo de chinos, latinos, eslavos, etc., cada uno separado de los otros inmigrantes y de la sociedad que los acoge.

El ghetto es una especie de cárcel virtual para inmigrantes “de segunda”, donde no se requiere conocer la nueva cultura o hablar el nuevo idioma, pero que paradójicamente, y a veces sin darnos cuenta, se toma como la gran opción “libre” del recién llegado, que con ello se autoexcluye.

En el Québec por ejemplo, a pesar de ser una provincia con una generosa política de inmigración, también se escuchan opiniones como: “El francés es muy difícil de aprender, por eso no lo estudio”, “me voy para Alberta para tener éxito, allá todo es más fácil”, “aquí hay racismo”, “eso no esta permitido para los inmigrantes”, “no participo, eso es una rosca” etc. En el fondo, la mayoría de éstas afirmaciones no son mas que la renuncia a la integración y la opción por el ghetto.

Corresponde a los inmigrantes latinos, especialmente colombianos, antes que marchar al ghetto, pensar como hacemos valer la condición de ser la mayor de las minorías, por ejemplo en la villa de Sherbrooke. Redoblar los esfuerzos organizar la comunidad y luchar por la integración, es el verdadero camino.

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