A principios del siglo XIX Barranquilla no era mayor cosa en el concierto de ciudades de Colombia. Esta ciudad que no fue fundada, pero que existía por generación espontánea, no puede reclamar alcurnia ni blasones, por lo que celebra la fecha de su reconocimiento como villa, el 7 de abril de 1873 y no su fundación, ya que prácticamente hacia atrás, su historia es mínima.
En el delta del río Magdalena, cerca de su desembocadura con el mar Caribe, antes del período de la guerra de independencia, comenzó a formarse el poblado habitado inicialmente por una minoría de negros libertos, indígenas rebeldes, mestizos y posteriormente inmigrantes de distintos países, que terminaron mezclando culturas y razas en ese Sitio de Libres, construyendo una ciudad libertaria y abierta que se pareciera a ellos mismos, en contra vía a la Colombia cerrada de entonces.
Quizá esa bacanería que se reconocería posteriormente a sus moradores, sea el resultado de todo un proceso que comienza con el encuentro cultural de distintos pueblos, tanto del interior, del resto de la costa caribe colombiana, como del extranjero, en el citado lugar.
La condición de principal puerto fluvial, en un país donde el Río Magdalena era la columna vertebral de la actividad económica. La migración generada por las dos guerras mundiales. Ese especial desarraigo judío-árabe que llevó a unos cuantos de ellos a reencontrarse en una calida tierra parecida a la propia. El desplazamiento por la violencia a que fueron sometidos pobladores inermes durante el periodo. O todo lo anterior, aunado al desconocimiento gubernamental sobre el asunto y a la necesidad de sacar avante una ciudad que los acogió sin reservas, contribuyó de alguna manera a forjar ese modelo de migración cosmopolita que caracterizó a la Barranquilla de final del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Mientras la fría Bogota, encerrada en sus pretensiones de Atenas suramericana y en su condición de capital de la nación, esperaba una migración que nunca llegó, la dinámica urbana del antiguo Sitio de Libres y ese talante barranquillero característico del espontáneo trato a los inmigrantes, terminó seduciendo a sirio-libaneses, alemanes, italianos, españoles, estadounidenses y chinos que llegaron, se quedaron y mezclaron en la arenosa Barranquilla, por entonces una ciudad de la inclusión.
Cuando en otras ciudades del mundo se generaban ghettos para confinar a los inmigrantes, los barranquilleros abrieron la puerta de oro de su corazón para asimilarlos, tratándolos como lugareños.
El proceso de integración fue tan exitoso que siquiera lograron conformarse los barrios de grupos raciales, típicos de las grandes ciudades del mundo, que sin ser necesariamente ghettos recuerdan a todos que existe un límite, una línea mental y física entre los nativos y los de afuera.
El "barrio chino" de Barranquilla, por ejemplo, increíblemente nunca fue como Chinatown en Nueva York o Toronto. Es más, nunca fue chino. Era una demarcación imaginaria para el ejercicio de la “profesión más antigua del mundo”. Fue un barrio donde unas francesas, famosas en la historia de la ciudad, se auto confinaron, pero no por su nacionalidad, sino por gajes de su oficio.
Las posibilidades de un multiculturalismo radical, modelo que abusa de la tolerancia de la sociedad de acogimiento para imponer una agenda regresiva a la gente, como obligar a las mujeres a portar la Burka o querer transformar las aulas de un régimen educativo laico, en espacios de oración o querer votar con el rostro cubierto, nunca florecieron. Mucho menos la fobia a lo islámico, por ejemplo, que es lo que puede terminar generando conductas como las agenciadas por este tipo de radicalismos.
El proceso en Barranquilla se caracterizó por una rápida integración horizontal de los recién-llegados a la sociedad. Todo, a pesar de no existir grandes programas u oficina de inmigración, planes para la enseñanza del idioma español, programas de empleos, etc.). Ninguna política pública nacional o municipal. Pura espontaneidad. Puro mercado.
Los temores como los de perder los puestos de trabajo, las mujeres, los negocios o la cultura, a causa de la inmigración, nunca estuvieron en el imaginario de la sociedad de recepción. Quizá por su condición de Sitio de Libres, gran puerto y por la actividad comercial febril que se desarrollaba en la ciudad a principios del siglo pasado, los extranjeros se implicaron en actividades que los asimilaban rápidamente a la sociedad, especialmente actividades laborales en calidad de empresarios y no solamente de trabajadores. Todo, en una ciudad por entonces caracterizada por el emprendimiento empresarial de sus élites.
Al lado de apellidos tradicionales como Álvarez, Pumarejo, de la Rosa, Salcedo, etc., vinculados al mundo de los negocios, familias de inmigrantes como Pugliese (italianos) salieron avante en el montaje de una fábrica de pastas alimentarias, los Hutchinson (británicos) formaron parte del sector del comercio internacional con la venta de coches Land-Rover. Hasta los inmigrantes chinos, que eran considerados como ciudadanos de segunda categoría en otros procesos, tuvieron espacio para sus restaurantes, lavanderías y los juegos de azar.
Pero los de mayor éxito fueron los inmigrantes judíos y sirio-libanés. Los apellidos Kalmanovitz, Gontovnitz, Bejman (judíos) se reconocen en actividades tan diferentes que la investigación económica, las artes plásticas y el mercado inmobiliario. La migración sirio-libanesa prácticamente monopolizó la política, las cadenas de superes mercados y los medios de comunicación: Name, Char, Esper, Cura, Cure, Salebe, Silebe, Slebi.
Al lado de apellidos tradicionales como Álvarez, Pumarejo, de la Rosa, Salcedo, etc., vinculados al mundo de los negocios, familias de inmigrantes como Pugliese (italianos) salieron avante en el montaje de una fábrica de pastas alimentarias, los Hutchinson (británicos) formaron parte del sector del comercio internacional con la venta de coches Land-Rover. Hasta los inmigrantes chinos, que eran considerados como ciudadanos de segunda categoría en otros procesos, tuvieron espacio para sus restaurantes, lavanderías y los juegos de azar.
Pero los de mayor éxito fueron los inmigrantes judíos y sirio-libanés. Los apellidos Kalmanovitz, Gontovnitz, Bejman (judíos) se reconocen en actividades tan diferentes que la investigación económica, las artes plásticas y el mercado inmobiliario. La migración sirio-libanesa prácticamente monopolizó la política, las cadenas de superes mercados y los medios de comunicación: Name, Char, Esper, Cura, Cure, Salebe, Silebe, Slebi.
El proceso fue tan exitoso que cincuenta años más tarde los antiguos inmigrantes son la nueva élite de la ciudad. Fueron recibidos sin mayores prevenciones y en respuesta, éstos asumieron una actitud constructiva para asimilarse rápidamente al estilo vida, prácticas, hábitos y lengua de la sociedad de recepción. Un español de base con acento caribeño que ellos se esforzaron en aprender rápidamente y toda la ciudad en entender, contribuyó a facilitar el proceso.
En este modelo de multiculturalismo cosmopolita, sin abandonar las tradiciones y los hábitos ancestrales, los recién llegados se fundieron con los criollos, como en el crisol de la metáfora del “Melting Pot” americano, donde distintas nacionalidades, etnias y culturas, se funden en una nueva sociedad, concretando la utopía de un “nuevo hombre americano”, en una república ideal que es como una especie de nueva tierra prometida, conducida por el Sueño Americano.
Probablemente la gran diferencia entre el modelo migratorio de Barranquilla y los Estados Unidos, es que la ciudad realizó un proceso aislado, de una sola ciudad, en un país más bien xenófobo, o mejor, se corrige, con una experiencia mínima en inmigración. Al caso de La Arenosa le falto más apuesta por un nuevo modelo de sociedad o hacerlo de manera más consciente, asunto que en el “American dream” en efecto, se define claramente.

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