mardi 17 juin 2008

PALABRAS OFENSIVAS

Entre amores intensos y odios perversos. Así se puede resumir la historia de la relación entre los quebequenses, habitantes de la francófona provincia canadiense y la otrora todopoderosa iglesia católica.

La entrada de Jacques Cartier y su desembarco, en 1534, por el extremo nororiental de lo que hoy es Norteamérica, marcaría el inicio de dominación de los franceses sobre un territorio poblado hasta entonces por amerindios inuits.

En 1608 Samuel Champlain funda la primera ciudad norteamericana, sobre las orillas del actual Río San Lorenzo, que por entonces los nativos llamaban Kebek. (Este verano de 2008 la villa de Québec festeja sus cuatrocientos años).

En 1759 los franceses, perdieron la guerra contra el Imperio Británico, pero la Iglesia sorteo con éxito los cambios políticos, y en 1774, cuando se firma el Acta de Québec, mediante la cual se reconoce el idioma y el derecho francés como oficiales de Québec, también se acepta que la religión oficial sería la católica, con lo cual la Iglesia acentuaría un monopolio que ya tenia sobre los feligreses franco parlantes.

Los canadienses del Québec siempre defendieron su cultura. El francés era innegociable como el idioma que les permitía comunicarse y expresar fácilmente todo su imaginario. La Iglesia logró colocar el catolicismo al mismo nivel, imponiendo la idea que idioma y religión compartían una suerte conjunta.

La mayoría franco parlante estaba dominada por la minoría anglo-protestante. La Iglesia intervenía en casi todos los aspectos de la vida cotidiana: matrimonios, productividad de las tierras, tamaño de las familias, embarazos, separaciones, etc.; así como también realizaba indebidas intervenciones en política, apoyando las opciones más retrógradas. En resumen, la sociedad del Québec estaba doblemente sometida: por los anglo-canadienses y la Iglesia Católica.

Como muestra de ese poder religioso quedó la arquitectura de las ciudades de la provincia. La distribución físico-espacial se calca de la tarea evangelizadora. A cada barrio, corresponde una parroquia, presidida de una iglesia que denota su jerarquía, en un conjunto que remata, como en el caso de Sherbrooke, en la catedral Saint-Michel ubicada en el centro político, cultural, social y religioso de la urbe.

Hoy, ese poder venido a menos se expresa en iglesias vacías. El proceso de laicización que introdujo la denominada Revolución Tranquila, tuvo mucho que ver con esta vuelta de espaldas a una religiosidad que los agobió durante siglos. En una venganza extraña, los quebequenses terminaron transformado todas las palabras de uso religioso, en palabras ofensivas, cuando hablan en su “idioma”.

Así, por ejemplo, Sacré que es sagrado en francés, significaría maldito en lenguaje quebecois. Je suis en train de sacrer, que deberia ser estoy consagrando, significa estoy maldiciendo. Tabernac, que es una derivación de tabernáculo, es una palabra de grueso calibre ante una sorpresa, por ejemplo, al martillarse un dedo. Calice, el cáliz de la adoración sacerdotal, es una buena palabreja para iniciar una pelea. Sacrament o Calver (calvario), son expresiones para ponerse las pilas (oye marica despierte). Igualmente Cristo, hostia y un largo etcétera, forman parte de este universo antirreligioso.

La cosa es tan bizarra que los quebequenses lograron construir la palabra vulgar más grande y sonora del mundo. Por ser éste un lenguaje sólo oral, la palabreja-insulto la podríamos escribir en español como: Tabernáculo-cristo de hostia-cáliz de mierda.